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miércoles, 30 de enero de 2013

Historia Costumbrista Comunitaria

Historia Costumbrista Comunitaria - Por Nicolás Bella y Carolina Navarro




A Rongano le urgía la situación, busco las pastillas del abuelo a ver si se calmaba un poco, pero estas estaban tocando en un recital en Berazategui, así que como alternativa se propuso tomar el sifón y mangoletearle sifones a los vecinos. Esto incomodó muchisimo a Carlos, que ya de por si venía bastante maloliento, y quiso, con todas sus fuerzas, quitarle el sifón a Rongano.
Rongano, al verse asediado por una situación que sobrepasaba los límites de su desasosiego, luego de forcejear violentamente por más o menos 3/4 de hora, logró arrebatarle el sifón a Carlos. Violenta e inescrupulosamente, accionó el sifón y largó un intenso chorro que fue a parar nada más ni nada menos que al flamante ojo de vidrio que Carlos estrenaba en esa situación.
Ebrio de ira y angustia por su ojo ensodado, Carlos sacó su pianola extrafalaria del bolsillo, y decidió exabruptar sus penas con una dulce melodía de barrios porteños, la "Cantata para Don Rimoldo", cuestión, esta música paralizó en su endulzamiento a Rongano, en lo que Carlos tomó su pianola y se la partió al medio en la cabeza, aprovechando el momento para huir con el sifón, ahora vacío, por lo cual no dudó en ir a la sifonería más cercana a rellenarlo de nuevo. Una vez en la sifonería el gordo Gumborna lo atendió y le ofreció una mordida de su sánguche de matambre con huevo frito, que carlos aceptó humildemente, ya que venía de varios días sin probar algo sólido.
"Tanto vagar en busca de sifones" -se dijo- "me olvidé de lo ESENCIAL" y salió corriendo, dejando al gordo Gumborna atónito y con el sifón en la mano. Gumborna no atinó a pronunciar palabra, sólo dijo para sus adentros mismos "Este Árlos..." (ya que era gangoso además de gordo) y meneó la cabeza. Mientras tanto, Carlos corría hacia la parada del 37, colectivo que lo dejaba en la esquina de su humilde morada, rogando que éste venga cuanto antes, ya que mientras saboreaba el sámbuche (como solía llamarlo) de matambre con huevo frito en aceites MAROLIO, recordó que había dejado las lentejas en el fuego.
Entonces supo que la decisión estaba tomada, ya no tenía vuelta atrás, las lentejas, retorno no tenían. En ese momento Carlos vió como un estigma clavado en su frente, que perdió todo control sobre si mismo y sus lentejas, que ya la vida le había jugado la buena, y que más alla de poder en sus manos tener el control, sobre el cigarro MARLBORO que se estaba fumando, ya nada podía ser hábil de sentido alguno. Los sifones, sámbuches, pastillas del abuelo, gangosos empedernidos y lentejas, poco le parecían ya parte de su incubitable vida de soñador y poeta concubino, así que se decidió a caer en sus húmeros, y sentarse a esperar la muerte. 
Cuando de repente, sucedió lo inesperado. "Toc... toc - toc" retumbó vergonzozsamente la puerta. Carlos se sintió indeciso, no sabía si abrir o no, sintiéndose destinado al lúgubre abrazo del encapuchado esqueleto, mas algo en su poco esperanzado corazón le impulsó a abrir su PUERTA PENTÁGONO, como si el destino hubiese cambiado de un momento a otro, dejándole una pizca de pimienta al lado de este delicioso -mas en ocasiones amargo- plato que es la vida. Y al abrir la puerta, allí estaba Lisia... Esa mujer que tanto esperaba, la que supo ser su vecinita del frente, la que lo tenía locoloto, la que fue destinataria de largas y largas noches de autolujuria bajosabanal, con la cual había pasado mil noches de placer a pesar de no conocerla, Lisia la Bonacleta, la rubia despampanante del 5to H, estaba en el umbral de su posada, sosteniendo una compotera.
-Hola Carlos, vengo a decirte la verdad... - dice Lisia, con un tono sobrecogedor y bajomesada.
-Hola, no puedo creer que esto esté pasando, te esperé por años, ¿para qué traes esa compotera? - menciona Carlos, atónito y agrónomo ante el espectacular sucedendo;
-Es que, ya no aguantaba más Carlos, hoy mismo vengo a decirte, que te... - enredepente una voz austera y semicírculo irrumpe en el pabellón 12, hogar de Carlos, ésta voz dice:
-Así que aquí estas, ¡Traidor! me dejaste con el sifón en banda, ¡Alcornóque, albuquerque! - se trataba de Rongano, que volvió de su coma 4 por el pianolazo en el marote, y venía en busca de venganza y frente para la victoria.
-¿Qué es esto? ¿Qué está pasando acá Carlos? ¿Quién es Rongano? - hete aquí, Lisia la Bonacleta, cometió la metedura de pata de su vida, al nombrar a Rongano, antes de su presentación, a lo que Carlos comenzó a dubitatitar.
-¿Cómo? ¿Ya se conocían? ¿Me podés explicar qué está pasando acá? ¿Y por qué tenes una compotera en la mano? - exclama frondosamente Carlos, ya en ese momento exaltado y revitalizado de sus ánsias de muritambre.
-Yo te voy a explicar qué pasa acá gilastro, lo que pasa es que yo y Lisia somos pareja, sí, chupáte esa mandarina, y la compotera es para... - en ese momento, irrumpe una voz desde afuera de la casa.
-Jaa, que hacen manga de mamertos, vengo a reclamar lo que es mío, mamita, vení para acá, hoy tengo buen aliento, me cepillé los dientes con COLGATE MAX WHITENING, CONTROL SARRO, ¡vení dame un beso! - era el gordo Gumborna, quien agarró exabruptamente a Lisia por la espalda, y en un nido de pasión y panamá la besó sistematicamente, mientras, sin entender nada, Rongano, Carlos y Juan Paolo Di Cresta Pank (un tipo que todo el tiempo estuvo sentado al costado, observando atentamente la escena en silencio) se miraban atónitos, pensando: -¿Qué carajomierdas está sucediendo frente a nuestras naripzas? Con un tono italiano, típico del barrio de La Boca de aquellos días.
Cuando escucharon apstractos un aplauso detonador que sonaba "Clap.... Clap... Clap..." Se dieron vuelta sobre su propio cuerpo disinmaltado y vieron al antes no notado Juan Paolo Di Cresta Pank parado sobre sus patas de palo y chapa (ya que había perdido sus piernas en la boca de un cocodrilo en el pogo de Flema allá por el milochoscientoscuarentaypico, cuando todavía eran dichos reptiles los que cuidaban que la gente no se pase de la valla) irónico, con una mirada caradiforme sobre las caras indispuestas de Carlos, Lisia, Gumborna y Rongano.
-Excelente. Divino. Calapduptuoso - prosiguió. ¿A ustedes les parece? Qué barbaridad... Esto ya no es humano, esto es bestial, decepcionante, astingente.- Todos bajaron la cabeza... Que UN PANKI les diga que ALGO es inaceptable... Era tú mach.
Juan Paolo siguió: - De todos los quilombos que me esperaba presenciar en un conventillo, este es el más inesperante.
- Pero escúcheme una cosa - dijo Lisia - yo no puedo elegir, soy muy indecisa, muy destravagante, ¡¡muy indecisiente!! Tengo a Gumborna, cuyo aliento ya no huele más a guiso de lentejas con chorizo colorado; tengo a Rongano, un sifonero de aquellos; tengo a Carlos, que me siguió apasionada e incansablemente por los siglos de los siglos (amén) y yo jamás lo noté, quiero darle una oportunidad pero me encuentro en este indiscutible predicamento de tener que elegir entre tres machos cabríos ebrios de sexo y astrumaturba... ¡¡¿Qué puedo yo hacer, oh, sabio y dichoso Juan Paolo!!?"
Juan Paolo, reaborchándose la brageta a post toquetum di tutto IL penissimo, mira fijamente y clava la mirada sin perder su inconsitud sobre la otra y primosa mirada de Lisia, ahora La Cocamona. El cuadrángulo amoroso que apellaba tristoneante a los cinco, ahora iba a llegar a su conclusión...
-Creo que se les va la mano muchachos, se olvidan de la moral, de la ética, de la Mónica. Frenen el tren, ésta cresta que tengo encima no es por nada, me la gané con el respeto y el reconocimiento de mis colegas, cuando en mis viejas épocas salía con el palote a romper vidrieras y tirar televisores por la borda de los Titanics. Sépan que la convivencia y el amor fraudulento son las bases de nuestro amado simposio renal que es la vida del obrero argentino... Que sepan disculparme los antiguos sabios, si por cheverónte, he pecado.
Con estas palabras, todos los presentes, tanto como los no regulares, echaron lágrimas al cielo, dispararon su metecréfa, y toda su humanidad incunsindada en pasión y tambor, comprendieron que lo que hacían era en vano, y que no había sifón en la tierra, que acompañe a mejor vino, que la amistad del TELEKINO, ensimismados y extrovertidos ahora, los siete se abrazaron, besaron, toquetearon, y remasterizaron, unos a los otroses, se empadurnaron y vitrificaron como si nunca la hubieran insertado.
Así, el día terminó en son de paz, todos comiendo en la mesa familiar de Rongano, sentados en cuclillas, pantorrillas y con un dedo del pie derecho apuntando al sur, brindando por un mejor y más lujurioso y ponumenante mañana, lleno de flores, colores y poemas, lleno de jarras de jugo TANG y de cálidos soles mañaneros, tomando mate con yerba mate TARAGÜÍ, disfrutando juntos de que la vida es cosa buena, y a otra cosa Magdalena.
Al final del día, Vicente López Borrego, un señor muy amigo de Darío Loquefuera, una amistad lejana de Humberto Ambrosio, el mejor compañero de aula de primer grado de Lisia, levantó la copa de FRESITA para decir unas palabras:
- Hicos, Hodas éstas experienjias hé viví hon untédeh, la he bhasado hárbaro, Iéro he sepan, he ojo por ojo es hejentihuatro.-
Y así fue como la orgía y la organigrama se desató por el convento del pabellón 31, el hogar que Sofóvich eligiría para vivir años después, sin siquiera enterarse de la existencia de tan italoamericanenses, apaciguantes y bonachones seres como fueron Rongano "El Sifonero", Gumborna "El Gordo Gangoso", Carlos "El Sifonmaníacodepresivo", Lisia "La Rubia Mireya Trolla y Poligámica" y Juan Paolo di Cresta Pank "El Sabio Panki Bipolar Trastornado con pata de palo y chapa II".
No fue hasta aquel soleado y querellantemente rocioso día en el que, buscando su propia pata de palo, Gerardito, como lo llamaba su abuela Lisia (quien, habiendo envenenado a sus cuatro maridos en reiteradas pero no paulatinas sino escarlatinas y sucesivas ocasiones quedóse embarazada de un rabino bien conocido como Leonardo Sofovich The Third), encontróse esta historia en un cuaderno AMÉRICA de la misma, y pidióle que se lo lea.
Y Colorín Colorete, este cuento con chiflete se me escapa por el ojete.


Conventillo histórico conservado como museo por los habitantes de La Boca y personajes principales y jamás aparecidos.
Carlos, Gumborna y Rongano, en pleno acto.
Los sifones.

Este cuento fue creado en proeza de serinilización, a modo de cántico, en pluscuamperfecto, estilo lo que se dice, cadáver exquisito, pero sin sal, por Carolina Navarro y Nicolás Bella, y se encuentra bajo la licencia del licenciado de las licuadoras portátiles asesinas.