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domingo, 24 de marzo de 2013

Serebro Cilábico




Serebro Cilábico

La mancha rodeaba toda la habitación, así como si estuviera esperando que todos la miren y griten desesperados, "¡qué fea mancha! lavala de vez en cuando". Pero la gente no gritó, ni siquiera bostezó o se vio perpleja de alguna manera.

Porque si él hubiese sabido esto, no lo hubiera hecho, el picahielos que nunca usó para picar hielo, estancado en su cabeza profunda, en su mar de maratones, de maremotos misteriosos, murmullando murallas de miedo, manipulando meros muertos monosilábicos en su mente moribunda.

Cuando se dio cuenta de que la mancha sangrienta salía sola, sin ser sucumbida, sólo sedada, la lobotomía del loco, los lobos ladrando lúdicos, lamentables, nadie reconoció sus palabras, él dijo que se había enterado, "había redescubierto en la práctica, en un experimento real, lo que Wittgenstein ya había demostrado teóricamente hace décadas: la imposibilidad de establecer una regla unívoca y ordenamientos naturales."

Ese descubrimiento lo llevó a la cordura total, totalmente despierto de cordura, al borde de sucumbir hacia la no realidad, el picahielos supo encontrar al lagrimal, no era muerte lo que esperaba, sino un nombre eterno, una mujer eterna en su lóbulo frontal, en su pálida esencia y la muerte, que lo espera.

Hubo una mancha de sangre en la alfombra, y un hombre intentando encontrar respuestas en su mente, ahora sin mente, ahora con un nombre, repitiendo eternamente su nombre, lobotomizado, sin encontrar la lógica ni la razón aparente.

“silenciosa, cauta deposición de la palabra sobre la blancura de un papel en el que no puede tener ni sonoridad ni interlocutor, donde no hay otra cosa qué decir que no sea ella misma, no hay otra cosa qué hacer que centellar en el fulgor de su ser. (...) Quien habla en su soledad, en su frágil vibración, en su nada, es la palabra misma – no el sentido de la palabra, sino su ser enigmático y precario” – Michael Foucault

Nicolás Bella