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lunes, 29 de abril de 2013

Sentirse Bemol




Sentirse bemol

Gracias a la tecla negra es que existo, es en el preciso momento en que nace la tecla negra que yo existo, y luego cuando la tecla negra se aclara y desvanece, ahí mismo muero, volviendo al limbo sórdido, junto con ella, que calla, y se duerme tan melódica. En ese silencio asesino, vacío, destripador de la risa, un azul más azul que el más húmedo de los cielos, es en donde se quiebra esa sintonía enervada junto con lo bueno en mí, un blanco planetario luna papel escrito en azul Urano.

Es que de otra manera sólo sería este polvo que resta, resultado de todos esos días que las olas rompen en la roca, polvo solo, seco, determinado, deteriorado, en un círculo que no significase nada jamás. Partículas de arena, sal.

La tecla negra me enlaza a todo eso, me inunda, como la gravedad, que atrae a los planetas, y permite que el sol queme sus pieles pálidas y tatúe sus personalidades, y así nazcan flores y plantas, pasto y peces, y hombres de arena, arenales, y mares de mujeres, océanos. Y que en algún momento uno de esos hombres ejecute esa tecla negra, y en ese momento, al menos por un instante de un momento, todo cobre sentido, y todo el conjunto de teclas negras, granos de arena, soles, océanos de lluvia de gotas de llora un hombre, espacios gravitacionales, azules casi infinitos, y tramas de los cielos, me permitan por fin derivarme al espacio sonoro exterior, infinito e implosivo, el lugar de no me importa nada más que esta tecla negra, cuánta belleza en una sola tecla, el lugar de, en este preciso momento, sólo me importa este piano gris que suena.

-Nicolás Bella